A pocas semanas de que culmine el primer semestre legislativo, el Gobierno del presidente Gustavo Petro enfrenta una paradoja política: mientras sus grandes reformas languidecen en el Congreso, en la Casa de Nariño persisten vacíos estratégicos en cargos clave de la administración pública. La ausencia de nombramientos en entidades como el Ministerio de Comercio, el Departamento Nacional de Planeación (DNP), la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN) y la propia jefatura del Despacho Presidencial no solo llama la atención, sino que empieza a afectar la capacidad operativa del Ejecutivo.
Más allá del ruido político, las vacantes prolongadas alimentan una sensación de improvisación y desgaste institucional. En otras administraciones, los cargos de alto nivel eran moneda de cambio para conseguir respaldo legislativo; en la de Petro, la diferencia parece estar en que ni siquiera se transa. O no hay acuerdos con las bancadas, o el presidente no quiere ceder espacios de poder. El resultado es un gobierno que, mientras clama por transformaciones profundas, deja vacías las sillas desde donde deberían implementarse.
La situación no es menor. El Ministerio de Comercio es clave en la formulación de políticas de reactivación económica, más aún en un contexto de desaceleración. El DNP, por su parte, no solo diseña la ruta del desarrollo nacional, sino que tiene bajo su control instrumentos cruciales como el Plan Nacional de Desarrollo. En la DIAN se juega buena parte del recaudo fiscal, justo cuando el Ejecutivo lidia con un déficit que ya obligó al aplazamiento de inversiones.
En este escenario, la inestabilidad ministerial se vuelve síntoma de algo más profundo. En lo que va del mandato, Petro ha hecho más de 50 cambios en su gabinete, incluyendo cuatro ministros de Hacienda y múltiples viceministros. Esa dinámica erosiona la confianza del mercado y reduce la posibilidad de construir una narrativa coherente de gobierno. Las señales de cambio constante pueden parecer apertura al debate, pero también denotan incertidumbre.
A esto se suma un Congreso cada vez menos receptivo a los proyectos de Palacio. Las reformas laboral, pensional y de salud no solo enfrentan críticas técnicas y jurídicas, sino que se han estancado por falta de mayorías. En un sistema presidencialista que depende del juego político en el Legislativo, la ausencia de operadores políticos —como los ministros plenipotenciarios o los jefes de cartera con ascendencia parlamentaria— deja a Petro sin fichas para mover.
El discurso de no clientelismo, que fue bandera de campaña y principio rector del “cambio”, ha chocado con las realidades de la gobernabilidad. No se trata únicamente de ofrecer puestos a cambio de votos —una práctica históricamente cuestionada—, sino de construir alianzas mínimas que permitan sacar adelante una agenda que, en teoría, cuenta con respaldo popular.
En los pasillos del Congreso algunos ya lo dicen sin rodeos: “Sin interlocutores claros, no hay cómo negociar”. La falta de definiciones y nombramientos alimenta el desconcierto entre las bancadas, que ven con preocupación cómo el Ejecutivo deja pasar las semanas sin mover su ajedrez político. La ausencia de un jefe de Despacho en Palacio, por ejemplo, no es solo una anécdota administrativa; es un vacío en el corazón mismo del poder.
Así las cosas, el tiempo se convierte en el principal adversario del Gobierno. Con cada día que pasa sin reformas aprobadas ni nombramientos concretados, el margen de maniobra se estrecha. El “gobierno del cambio” corre el riesgo de quedarse sin reformas, sin interlocutores y, lo más grave, sin capacidad de ejecución.