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Miércoles, 30 de Abril de 2025

Uribismo en cuenta regresiva: el dilema del candidato único

El Centro Democrático, partido que nació del carisma político de Álvaro Uribe y que ha sido protagonista en los últimos tres ciclos presidenciales, se enfrenta a una disyuntiva que pone a prueba su cohesión interna: cómo y cuándo elegir a su candidato presidencial para 2026. La reciente carta firmada por cerca de 80 militantes dirigida al expresidente no solo refleja la urgencia del tema, sino también las tensiones que amenazan con fracturar las bases del uribismo.

La propuesta de un sector del partido es clara: usar encuestas sucesivas, con carácter eliminatorio, para definir al abanderado. El método, aparentemente democrático y técnico, ha generado resistencias. La senadora María Fernanda Cabal, una de las figuras más visibles y con mayor proyección electoral, ha manifestado públicamente su rechazo a esa vía. Para ella, las encuestas no garantizan imparcialidad y podrían ser manipuladas en favor de candidaturas predeterminadas.

Detrás del debate metodológico hay un problema más profundo: el Centro Democrático ya no es un partido homogéneo. La figura de Uribe sigue siendo central, pero no incuestionable. Las distintas corrientes que hoy conviven bajo su techo tienen estilos, discursos y bases sociales distintas. Algunos se inclinan por un uribismo clásico, centrado en seguridad y libre mercado; otros intentan renovarlo, acercándose a temas sociales o redefiniendo su postura frente al gobierno Petro.

La carta enviada a Uribe pide que no se demore la toma de decisiones, advirtiendo que el vacío prolongado podría abrirle espacio a “candidatos por fuera” que se autoproclaman herederos del uribismo. La advertencia no es trivial: figuras de la derecha con vocación presidencial, pero sin aval oficial del partido, podrían canalizar simpatías si el proceso interno se estanca o pierde legitimidad. La sombra del fraccionamiento está sobre la mesa.

El mecanismo de encuestas propuesto es, en sí mismo, una novedad para un partido acostumbrado a decisiones verticales. Establecer una especie de competencia en etapas —con mediciones el 15 y el 30 de mayo, y una final en junio— implica reconocer que el uribismo debe abrirse a una forma más participativa de definir liderazgos. Pero también implica el riesgo de que los derrotados no acepten el resultado, profundizando las divisiones.

La eventual necesidad de convocar a una Convención Nacional si los porcentajes no son concluyentes es una salida que apela al simbolismo colectivo, pero que también podría reavivar pugnas internas. El verdadero dilema no está solo en el método, sino en la capacidad del partido de reinventarse sin perder su esencia. En otras palabras, ¿puede el Centro Democrático sobrevivir al post-uribismo sin romperse?

Uribe, quien durante años tuvo la última palabra, enfrenta ahora el reto de arbitrar sin imponer. Su legado depende no solo del éxito electoral de 2026, sino del orden interno que logre preservar en estos meses decisivos. Su silencio o demora puede alimentar la incertidumbre; su intervención, según cómo se dé, podría reforzar la unidad o desencadenar rupturas.

Sea cual sea el camino que se elija, el uribismo está en cuenta regresiva. El 2026 ya no es un punto lejano en el horizonte. La presión de sus bases, el desgaste de su marca y el reacomodo del tablero político nacional exigen una respuesta a la altura. Porque en política, más que en ningún otro oficio, el tiempo que se pierde es capital que no se recupera.

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