El martes 27 de mayo despierta en Medellín con un recordatorio que ya es parte del ADN urbano: el pico y placa. La medida, que organiza la movilidad en una de las regiones metropolitanas más densas del país, se activa hoy para los vehículos particulares cuyas placas terminan en 2 y 8, al igual que para motocicletas de dos y cuatro tiempos cuyo primer dígito coincida. Desde las 5:00 de la mañana hasta las 8:00 de la noche, esa será la frontera invisible que divide entre circular libremente o arriesgarse a una costosa sanción.
No se trata solo de una regla impuesta desde la institucionalidad. Es, en realidad, un acuerdo tácito entre los ciudadanos y una ciudad que busca no colapsar. La congestión vial, los picos de contaminación y la expansión urbana hacen del control vehicular una herramienta no solo logística, sino ambiental y social. Este martes, la medida vuelve a poner a prueba el compromiso cívico de los habitantes del Valle de Aburrá.
La norma también aplica para los taxis, aunque con un horario diferente. Aquellos cuyo número final de placa sea 8 deberán cesar actividades desde las 6:00 a. m. Así, mientras las calles se llenan de bocinazos y ansiedad, la movilidad se ordena con base en cifras que marcan no solo el final de una placa, sino el inicio de un día más bajo la lupa de la regulación.
Quienes infrinjan la restricción se enfrentarán a una sanción económica de 604.100 pesos y a la posible inmovilización del vehículo. No es poca cosa. La presencia de agentes de tránsito en los diez municipios del área metropolitana garantiza la vigilancia, pero además, hay un ejército silencioso que también observa: las cámaras de fotodetección. Estas, ubicadas en puntos estratégicos como Medellín, Bello, Itagüí y Sabaneta, hacen parte de una ciudad cada vez más vigilante y tecnológica.
A ellas se suman las cámaras LPR (Lectura de Placas), que aunque no emiten comparendos automáticamente, permiten detectar en tiempo real vehículos en infracción. Es la Medellín inteligente, que se apoya en la tecnología no solo para sancionar, sino para prevenir, y que reconoce que la movilidad es un tejido complejo donde conviven el control, la pedagogía y la ciudadanía.
Hay excepciones, claro. Algunas vías principales están exentas, como el Sistema Vial del Río (avenida Regional y autopista Sur), la vía Las Palmas y sus conexiones hacia el aeropuerto Olaya Herrera. Tampoco se aplica la restricción en los cinco corregimientos de Medellín ni en los corredores hacia el Túnel de Occidente. Esta flexibilidad busca no paralizar el comercio ni desconectar zonas clave del desarrollo urbano.
Pero en municipios como Bello, la historia cambia. Allí, el tráfico no da tregua en puntos críticos como la glorieta de Niquía. Por eso, las restricciones del pico y placa se extienden incluso a tramos como la autopista Norte y la avenida Regional. La única vía libre en ese territorio será la Medellín-Bogotá y la carretera hacia San Félix, donde la topografía aún impone sus propios límites.
Así transcurre un nuevo día bajo el régimen del número final en la placa: con estrategias que buscan un respiro para la movilidad, con ciudadanos que adaptan sus rutinas y con una ciudad que se debate entre avanzar o quedarse estancada en un trancón eterno. El pico y placa es más que una medida; es un espejo de lo que somos como sociedad urbana: ordenados, improvisados, solidarios o inconscientes. Al final, no es solo un martes más. Es otra página del complejo relato de moverse en Medellín.