Han pasado apenas 37 días desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos por segunda vez, pero el ritmo de su gobierno ha sido tan vertiginoso que parece que ya han transcurrido meses. En este breve lapso, el presidente republicano ha hecho gala de su estilo político caracterizado por la rapidez de sus decisiones y una constante sobrecarga mediática. A través de órdenes ejecutivas, promesas y controversias, Trump ha logrado captar la atención tanto de la prensa internacional como de las redes sociales. Su estrategia de “Shock and Awe” (conmoción y temor) ha sido efectiva, pues ha logrado posicionar en los titulares una serie de medidas que mantienen a la opinión pública y a sus opositores en un estado constante de alerta.
En los círculos internacionales, el análisis de su gestión comienza a perfilarse de manera crítica. Según el internacionalista Camilo González, Estados Unidos, bajo el mandato de Trump, se ha convertido en una potencia revisionista que busca desafiar las normas internacionales vigentes, sin temor a alterar el equilibrio global en su búsqueda de beneficios pragmáticos y predatorios. La administración Trump parece no conformarse con lo establecido, y esto se refleja en sus constantes cambios de postura, desde la imposición de aranceles a México y Canadá hasta la dilación de sus promesas sobre la guerra en Ucrania. Sin embargo, la retórica agresiva del mandatario no siempre se corresponde con resultados inmediatos, lo que genera incertidumbre sobre la viabilidad de sus propuestas.
Uno de los temas más polémicos en este primer mes ha sido la cuestión de las deportaciones masivas. Trump, fiel a su promesa de campaña, ha ordenado redadas a través del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), centradas en las personas indocumentadas. Aunque las deportaciones han comenzado con fuerza, los números no son tan impactantes como se esperaba. Según las cifras oficiales, en el primer mes de su gobierno se deportaron 37.660 personas, lo que representa una disminución del 35% respecto al último año de la administración Biden. Esto podría indicar que, aunque Trump busca implementar políticas estrictas, la burocracia y la resistencia institucional están ralentizando sus planes.
El caso más sonado fue la crisis diplomática con Colombia, generada por el envío de vuelos de deportados, entre los que se encontraba un grupo de personas esposadas, sin que se les hubiera imputado delito alguno. La intervención del presidente colombiano Gustavo Petro, quien protestó por el trato recibido por los deportados, desató una tensa confrontación que, aunque se resolvió, mostró a Trump ante el mundo como un líder dispuesto a imponer sanciones políticas y económicas a aquellos países que no colaboren en su política migratoria. Esta disputa no solo afectó las relaciones con Colombia, sino que también dejó claro que Trump está dispuesto a usar su poder presidencial para forzar la cooperación internacional en términos de inmigración.
Además de las deportaciones, otro de los elementos que ha causado controversia es la introducción de las “tarjetas doradas”, una propuesta que permite a los extranjeros obtener residencia y trabajo en Estados Unidos a cambio de un pago millonario de 5 millones de dólares. Este plan ha sido interpretado por muchos como un intento de Trump de atraer capital extranjero mientras refuerza su política de inmigración restrictiva. Mientras algunos lo ven como una oportunidad para los más acaudalados, otros critican la medida por su enfoque elitista, que parece ignorar a los migrantes que llegan a Estados Unidos en busca de una vida mejor sin los recursos económicos para acceder a estas “tarjetas”.
Un factor clave en este inicio de mandato ha sido el respaldo de Elon Musk, el hombre más rico del mundo y propietario de la red social X. Musk ha jugado un papel crucial en la victoria electoral de Trump, no solo con su apoyo financiero, sino también mediante la promoción de la campaña y el eslogan “Make America Great Again” (MAGA). Musk ha sido nombrado para liderar el Departamento de Eficiencia Gubernamental de Estados Unidos, desde donde ha impulsado medidas de recorte y eficiencia que incluyen la reducción de gastos y la reestructuración de varias agencias gubernamentales. Entre las decisiones más polémicas se encuentra el cierre casi total de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que históricamente ha financiado proyectos sociales en países en desarrollo como Colombia.
La eliminación de la USAID refleja la ideología pragmática de la administración Trump, que parece rechazar el “soft power” o poder blando, entendiendo que el dinero de los contribuyentes estadounidenses no debería financiar proyectos sociales en otros países. Esta medida ha tenido un impacto negativo en la cooperación internacional, especialmente en países como Colombia, que dependían de esos fondos para iniciativas de desarrollo. De esta forma, Trump ha dejado claro que su gobierno prefiere priorizar los intereses internos y aplicar políticas de austeridad, incluso a expensas de las relaciones internacionales y los compromisos de cooperación.
El primer mes de Trump en la Casa Blanca ha sido un periodo de promesas y decisiones que, si bien se han hecho públicas rápidamente, están lejos de concretarse de manera efectiva. Las deportaciones, las políticas de inmigración, y la reorganización de la diplomacia estadounidense son solo algunos de los frentes abiertos en su gobierno. A pesar de las controversias y los desafíos, Trump sigue firme en su intención de cambiar el rumbo de Estados Unidos, aunque los resultados de estas políticas y su impacto en las relaciones internacionales aún están por verse. Con un gobierno decidido a actuar con rapidez y firmeza, el futuro de su administración se perfila lleno de incertidumbres, pero también de promesas que, en muchos casos, podrían transformar radicalmente la política estadounidense.