En el calor sofocante del Paseo Bolívar en Barranquilla, el presidente Gustavo Petro reapareció con un discurso cargado de épica, promesas y tensión institucional. Aunque lo llamó “cabildo popular”, lo que ocurrió este martes fue, en la práctica, el primer acto de una campaña adelantada para defender —y quizás imponer— su modelo de país. Entre aplausos, banderas y pancartas, el mandatario habló como candidato, no como jefe de Estado.
Petro llegó con tres horas de retraso, un detalle que parece menor en el Caribe, pero que adquiere otra dimensión cuando se irrumpe la programación de los noticieros nacionales con lo que se presentó como una “alocución presidencial”. El mensaje, sin embargo, fue más político que institucional. En el centro de su intervención, la nueva consulta popular que el Gobierno radicó esta semana, ya criticada por expertos que señalan vicios de trámite y dudas de constitucionalidad.
La puesta en escena fue simbólica y deliberada: la estatua de Bolívar como fondo, un grafiti con la frase “todo el poder pal’ pueblo” y una tarima donde Petro volvió a colocarse en el rol de agitador de conciencias. Habló de paz, de justicia social, de salud, de cambio climático, de China, del papa y, por supuesto, del “bloqueo” que —según él— enfrenta en el Congreso y las cortes. El presidente no moderó el tono. Al contrario, lo intensificó.
El Gobierno ha insistido en que la consulta busca legitimar las grandes reformas que no han podido avanzar en el Legislativo. Pero el documento, que suma ahora cuatro preguntas adicionales, ha levantado alertas jurídicas: se le acusa de invadir competencias del Congreso y de no cumplir los requisitos que impone la Constitución para este tipo de mecanismos. El asunto no es menor. Si la Corte tumba la consulta por vicios de forma, el capital político de Petro se verá golpeado.
En paralelo, la oposición respondió con dureza. Esta semana denunció penalmente al ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, por presunto abuso de función pública, al haber promovido la consulta en eventos públicos con recursos del Estado. El escenario se torna aún más polarizado, y el Gobierno parece dispuesto a tensar la cuerda institucional mientras mantiene a su base movilizada en las calles.
Detrás del discurso en Barranquilla hay una estrategia clara: desplazar la discusión del Congreso a la plaza pública. Petro entiende que su fuerza está más en la calle que en los pasillos del Capitolio, y que la narrativa de “pueblo contra élite” sigue teniendo poder de convocatoria. Pero lo que en un contexto electoral podría considerarse legítimo, desde el Gobierno puede representar una peligrosa deriva hacia la confrontación sistemática.
Hay también una lectura internacional que el propio presidente se encargó de subrayar. Mencionó con orgullo sus encuentros con el presidente Xi Jinping y el papa Francisco —a quien, en un desliz, llamó León XIV— como muestra de la importancia global que estaría ganando Colombia. Sin embargo, esas visitas fueron parte de agendas multilaterales que incluyeron a otros líderes. No hubo concesiones extraordinarias, ni anuncios de impacto. Lo simbólico, otra vez, pesó más que lo tangible.
Petro está jugando en varios tableros al tiempo: el institucional, el político, el internacional y el emocional. Mientras tanto, la consulta popular sigue su curso incierto, con la lupa de la Corte encima y la tensión con el Congreso en aumento. El presidente parece cómodo en la confrontación. Pero gobernar, a diferencia de hacer campaña, exige más que arengas y plazas llenas. Exige resultados. Y, sobre todo, respeto por las reglas del juego democrático.