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Lunes, 28 de Abril de 2025

Las lágrimas de las historias no contadas: Eva Rey y el poder de la entrevista íntima

En un universo mediático donde la rapidez muchas veces le gana a la profundidad, la periodista Eva Rey ha logrado lo que pocos: detener el tiempo en una conversación. En su espacio, los poderosos, los famosos, y los protagonistas del país dejan caer las máscaras y revelan no solo sus convicciones, sino también sus quiebres más íntimos. En diálogo con Semana, Rey confesó que incluso para ella —acostumbrada a escuchar confidencias— hay relatos que aún logran removerle las fibras más sensibles.

Uno de esos momentos ocurrió con Ingrid Betancourt, la excandidata presidencial y sobreviviente de uno de los secuestros más prolongados y simbólicos de la historia reciente del país. En medio del diálogo, Betancourt rememoró un episodio poco conocido, cargado de una tristeza silenciosa. Narró cómo, durante su cautiverio en la selva, encontró unos periódicos viejos tirados entre la humedad y el abandono. Al abrirlos, leyó la noticia de la muerte de su padre. Nadie se lo había dicho antes. Nadie pudo hacerlo.

“Papá, no te preocupes, te veo mañana”, habían sido sus últimas palabras antes de partir. Una despedida banal, cotidiana, convertida en despedida final sin saberlo. Para Rey, escuchar ese relato fue estremecedor. “A ella se le aguaron los ojos y a mí también. Es imposible no empatizar cuando alguien revive un dolor tan profundo”, dijo. La escena trasciende el periodismo: es un retrato de la fragilidad humana en medio de la barbarie.

Pero Betancourt no ha sido la única que, frente al micrófono de Eva Rey, ha bajado la guardia. Otra conversación que la marcó profundamente fue con la periodista Vicky Dávila, quien, en un giro inesperado de la entrevista, habló del duelo por la muerte de su primer esposo y padre de su hijo mayor. El relato no fue solo testimonial, fue confesional. Dávila habló del miedo, de la incertidumbre, de ese abismo que se abre cuando la vida cambia de golpe.

Rey confesó que, al escucharla, no pudo evitar pensar en su propia vida, en su hija, en su pareja. “Si se muere Matías, ¿qué hago yo?”, se preguntó en silencio. En ese instante, la entrevistadora se convirtió en espejo, y la periodista en mujer. Es precisamente esa capacidad de verse en el otro lo que ha hecho de su formato algo distinto en el paisaje mediático colombiano.

Sus entrevistas no buscan titulares fáciles ni frases escandalosas. Lo que Eva Rey propone es algo más sutil: un encuentro humano entre preguntas, donde la cámara no interrumpe la emoción. Ese tipo de periodismo, que no grita pero sí cala, es cada vez más raro y más necesario. En tiempos de polarización, escuchar al otro sin juicio es casi un acto revolucionario.

A lo largo de su carrera, Rey ha demostrado que las historias más potentes no siempre están en los grandes discursos, sino en los silencios que apenas se atreven a romper. El valor de sus entrevistas no está solo en lo que se dice, sino en cómo se dice, en la mirada, en el temblor de voz, en las lágrimas que asoman sin pedir permiso.

Y así, entre recuerdos dolorosos y confesiones inesperadas, Eva Rey se ha convertido en una de las cronistas más humanas del país. No transforma la política en espectáculo, sino en relato. Y en ese relato, quienes normalmente solo vemos desde el poder, se nos revelan —por fin— como personas.

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