Bogotá respira, se agita, se detiene y vuelve a avanzar sobre una de sus arterias más simbólicas: la carrera Séptima. El más reciente estudio Ciudad Viva, Inteligente y Conectada (Cívica), liderado por las universidades de los Andes y Nacional, pone sobre la mesa cifras, análisis y, sobre todo, un llamado urgente: este eje vial, que atraviesa el corazón de la capital, ya no resiste más improvisaciones ni decisiones a medias. La Séptima, más que una calle, es un espejo del alma urbana de Bogotá.
Son más de 4,6 millones de personas las que interactúan con este corredor semanalmente. Caminan, toman un bus, esperan un semáforo, se enfrentan a la congestión o simplemente atraviesan la ciudad siguiendo el rastro de la historia que recorre desde la Plaza de Bolívar hasta los bordes del norte. Y sin embargo, pese a esta relevancia, la administración del alcalde Carlos Fernando Galán ha optado por suspender la intervención prevista entre las calles 24 y 99, una decisión que ha reavivado el eterno debate sobre qué hacer con la Séptima.
El informe de Cívica no es un simple documento técnico. Es una radiografía de una vía que, en muchos tramos, parece detenida en el tiempo. Señala con claridad que más del 70 % del flujo sobre este eje corresponde a peatones y usuarios del transporte público. Apenas un 20 % lo conforman vehículos privados, pero es este grupo el que más espacio ocupa, el que más contamina y el que más ralentiza la movilidad. Una paradoja capitalina que ya no admite excusas.
La Séptima exige una reconfiguración que ponga en el centro a quienes más la habitan: los caminantes. No se trata solo de ampliar andenes o pintar ciclorrutas, sino de redefinir la lógica de uso del espacio urbano. En ciudades como Medellín, Santiago o Buenos Aires, ya se han implementado modelos donde la prioridad es el transporte colectivo eficiente, las zonas verdes y los espacios públicos. Bogotá no puede seguir postergando ese salto.
Los detractores de una intervención integral argumentan que cualquier obra en la Séptima paraliza la ciudad. Pero lo cierto es que la parálisis ya es cotidiana: tiempos de desplazamiento eternos, buses colapsados, cruces inseguros y una calidad del aire que se degrada con cada trancón. La no decisión también es una forma de intervención: mantener lo disfuncional por miedo a lo incierto.
El alcalde Galán ha sido prudente, quizá excesivamente. Su administración sostiene que cualquier intervención debe partir del consenso ciudadano y de estudios sólidos. Y si bien eso es comprensible, el estudio de Cívica ofrece justo eso: una base técnica robusta para pensar una Séptima más humana, más eficiente, más inclusiva. Las decisiones no pueden seguir posponiéndose mientras millones padecen su recorrido.
El futuro de la Séptima no puede limitarse al rechazo del pasado ni a la incertidumbre del presente. Debe construirse con visión, con audacia y con la convicción de que las grandes ciudades se transforman cuando asumen riesgos en favor del bien común. Apostarle al peatón, al ciclista y al transporte público no es ideología: es supervivencia urbana.
En un momento en que Bogotá define su modelo de ciudad para las próximas décadas, la Séptima se presenta como el símbolo de una decisión mayor: ¿seguiremos apostándole a la ciudad del carro particular o avanzaremos hacia una ciudad pensada para las personas? La respuesta no está solo en los planes de movilidad, sino en la voluntad de transformar una realidad que, aunque vieja, aún puede tener un nuevo destino.