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Miércoles, 14 de Mayo de 2025

Frisby y la batalla por su nombre: cuando una marca también es patria

En una era en que las identidades parecen diluirse entre registros, patentes y códigos de barras, pocas veces una marca despierta el fervor colectivo como lo ha hecho Frisby. No es solo una cadena de pollo apanado: es un símbolo del emprendimiento colombiano, del sabor popular y de una historia que ha acompañado a varias generaciones. Por eso, la noticia de su presunta suplantación en España ha tocado una fibra profunda en el país, encendiendo una ola de solidaridad empresarial pocas veces vista en el ecosistema comercial nacional.

El conflicto se centra en el uso de su marca gráfica, actualmente en disputa ante la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO). Frisby España —una empresa completamente ajena a la colombiana— ha logrado un revés jurídico a su favor: si Frisby Colombia no demuestra uso efectivo de su marca en territorio europeo, podría perder los derechos sobre ella en el viejo continente. Una decisión que, más allá del tecnicismo legal, tiene un innegable trasfondo de identidad y justicia.

Lo paradójico del caso es que, mientras en Europa se discute el destino de la marca, en Colombia se refuerza su lugar en el imaginario colectivo. Competidores directos como KFC, Presto y Buffalo Wings han dejado a un lado la rivalidad del mercado para sumarse a una causa común: defender el legado de una marca que, para muchos, representa algo más que pollo crujiente. Mensajes como “Que las copias hagan fila” o “Frisby es de aquí” resumen un sentimiento de pertenencia que difícilmente se fabrica desde el marketing.

Este respaldo intersectorial —que también ha venido de marcas ajenas al negocio gastronómico— habla de una madurez en el tejido empresarial colombiano. En lugar de aprovechar la crisis ajena, muchas compañías han entendido que la defensa de una marca nacional también es la defensa de un modelo de empresa con valores, historia y rostro humano. Una empresa que, con casi 50 años de trayectoria, ha crecido sin perder su carácter regional ni su vocación de innovación.

Pero más allá de la solidaridad, el caso abre una reflexión más profunda sobre la protección de la propiedad intelectual en un mundo globalizado. ¿Cuántas otras marcas colombianas podrían estar expuestas a disputas similares por no registrar adecuadamente su identidad en mercados extranjeros? ¿Qué tan preparados están nuestros emprendedores para afrontar litigios transnacionales, donde muchas veces el poder económico y la astucia legal pesan más que la legitimidad histórica?

Los abogados de Frisby han insinuado que podría llegarse a una negociación con la empresa española, una salida pragmática que evitaría un juicio costoso y prolongado. Sin embargo, sería un desenlace que deja un sabor amargo: uno en el que una marca legítima tiene que “negociar” su identidad para no perderla, simplemente porque no la ejerció oportunamente en otro territorio. La lección es clara: en el escenario internacional, ser el primero no siempre basta; hay que estar legalmente presente.

Frisby no solo está dando una batalla comercial, está defendiendo un símbolo de origen. Cada caja amarilla, cada frase publicitaria, cada combo familiar remite a una narrativa que ha acompañado al país en sus momentos más cotidianos. Y por eso, este episodio no es menor. Que una marca nacida en Pereira hoy convoque al país a cerrar filas por ella, es una muestra de que aún creemos que lo propio vale —y debe ser protegido.

Que esta disputa sea el punto de partida para una estrategia de internacionalización más consciente, más sólida y más preventiva para todas las marcas colombianas. Porque hoy es Frisby, pero mañana puede ser cualquiera. Y en el mundo global, hasta el sabor hay que blindar.

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