Pico y Placa Medellín Sábado
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Sábado, 24 de Mayo de 2025

Entre números y conciencia: el pico y placa como espejo de nuestra movilidad

Este viernes, como cada jornada laborable, la movilidad en Medellín y su entorno metropolitano se rige bajo una lógica numérica que ya hace parte del ADN urbano: el pico y placa. La medida, que para muchos puede parecer un fastidio más en la rutina, encierra en realidad una estrategia de fondo para enfrentar el caos vehicular y el deterioro ambiental. Hoy, los vehículos cuya placa termine en 0 y 6 —o que comience por esos números, en el caso de las motos— deben quedarse en casa. Y no hacerlo puede costarle al infractor algo más que una sanción económica.

La restricción va desde las 5:00 a. m. hasta las 8:00 pm. y se extiende, sin excepción, por los 10 municipios del Valle de Aburrá. Medellín, Bello, Itagüí, Envigado, Sabaneta, La Estrella, Caldas, Copacabana, Girardota y Barbosa conforman un territorio en el que el tráfico dejó de ser un problema aislado para convertirse en una preocupación compartida. La medida busca alivianar la carga sobre las vías y mejorar la calidad del aire, que tantas veces nos ha obligado a sacar el tapabocas incluso en tiempos sin virus.

Más allá del número de placas, lo que está en juego es la capacidad de una ciudad de autorregularse, de aprender a coexistir con sus propios límites. Porque la movilidad no solo depende de más puentes o más semáforos. Depende, sobre todo, de decisiones individuales que se suman o se restan en el gran tablero del tránsito urbano. Y en ese juego, no acatar el pico y placa puede costar hasta medio salario mínimo, es decir, más de 700.000 pesos y, peor aún, la inmovilización del vehículo.

No se trata solo de castigos, sino de corresponsabilidad. Las excepciones a la norma son claras y bien justificadas: vehículos eléctricos o híbridos, aquellos impulsados por gas natural, servicios médicos, medios de comunicación, organismos de seguridad, o transporte de alimentos y elementos perecederos. Son las arterias funcionales de una ciudad que no puede detenerse del todo, pero que tampoco puede avanzar a cualquier costo.

Lo que Medellín ha entendido, con tropiezos y aprendizajes, es que no existe fórmula mágica para evitar el trancón si todos salimos a tiempo, por las mismas vías, con el mismo apuro y sin margen para el error. El pico y placa no es una varita mágica, pero sí un parche necesario mientras el transporte público logra ser alternativa real, no resignación forzada.

Cada viernes, como hoy, se pone a prueba no solo la paciencia del conductor, sino su conciencia ciudadana. Porque el respeto a las normas de tránsito no es una muestra de sumisión sino de madurez colectiva. Y en ese sentido, el cumplimiento del pico y placa se convierte en una especie de termómetro cívico: ¿somos capaces de pensar más allá del parabrisas?

No falta quien alegue que la medida ya no es efectiva, que solo afecta al ciudadano común y que quienes tienen poder adquisitivo simplemente compran otro vehículo para evadirla. Y es cierto. Pero esa crítica debe abrir paso a debates más profundos: sobre equidad en la movilidad, sobre incentivos reales al transporte limpio y sobre la transformación cultural que aún nos debemos.

En definitiva, el pico y placa es una medida imperfecta para una realidad aún más compleja. Pero sigue siendo, hoy por hoy, uno de los pocos acuerdos que nos recuerdan que vivir en ciudad no es solo habitarla, sino respetarla. Así que si su placa termina en 0 o 6, o si su moto comienza con esos dígitos, hoy es mejor quedarse quieto. Porque a veces moverse con inteligencia comienza por saber cuándo no moverse.

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