En un país donde la política rara vez da tregua, las revelaciones de pasillo terminan con frecuencia en los titulares. Esta vez fue la senadora María Fernanda Cabal quien encendió el debate, al citar una confidencia atribuida a Roy Barreras, ex embajador en Reino Unido y uno de los actores más camaleónicos de la vida pública nacional. Según la congresista del Centro Democrático, Barreras habría confesado, en un tono entre la crítica y la resignación: “Sabíamos que Petro estaba loco, pero no tanto”. Una frase que, aunque informal, carga un peso simbólico inmenso.
El contexto de la declaración no es menor. Cabal, férrea opositora del Gobierno, se encuentra en plena ofensiva política tras los señalamientos del ex canciller Álvaro Leyva contra la administración Petro. La senadora decidió presentar una denuncia ante la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes, sustentando su iniciativa no solo en los hechos expuestos por Leyva, sino también en lo que considera una acumulación de comportamientos que ameritan ser investigados. En ese marco, las palabras que le atribuye a Barreras no son un simple recuerdo: son una pieza más en un relato de cuestionamientos sobre la salud mental y la idoneidad del presidente.
Roy Barreras, quien ha navegado las aguas tanto del uribismo como del santismo y el petrismo, ha demostrado una capacidad notable para sobrevivir a las mareas cambiantes de la política nacional. Por eso, que se le atribuya una frase tan contundente sobre el presidente al que terminó representando en el exterior, despierta inquietudes sobre lo que realmente piensan —y callan— los aliados de Gustavo Petro. ¿Qué otras verdades se dicen en privado, mientras en público se repiten lemas de respaldo?
No es la primera vez que en Colombia se cruzan acusaciones de inestabilidad mental con la lucha por el poder. La historia reciente está llena de ejemplos donde las percepciones sobre el carácter o el temperamento de los líderes son usadas como armas políticas. Pero lo que sorprende es la facilidad con la que ciertos sectores, que en su momento aplaudieron y promovieron a Petro, ahora parecen distanciarse de él con frases que buscan exonerar de cualquier responsabilidad.
La figura del “yo no fui” se convierte en una salida conveniente cuando los proyectos políticos comienzan a tambalear. María Fernanda Cabal no solo denuncia, también busca exponer lo que ella interpreta como una hipocresía de ciertos sectores de la coalición de Gobierno. En su relato, Roy Barreras aparece como un testigo silencioso de una advertencia ignorada. Y en ese espejo, quizás, muchos otros comienzan a verse reflejados.
La política colombiana tiene una larga tradición de alianzas fugaces y lealtades volátiles. Lo que hoy se dice en confianza, mañana se convierte en testimonio, y pasado mañana en arma. En ese terreno movedizo, lo que se califica de “loco” hoy, fue considerado “transformador” ayer. Es el precio de un país donde la coherencia muchas veces se sacrifica en el altar del oportunismo.
Más allá de las acusaciones y de los rumores, lo cierto es que el Gobierno Petro enfrenta una creciente descomposición de sus alianzas. Las fracturas internas, las contradicciones en su gabinete y la pérdida de voceros confiables están debilitando su margen de acción. Y en ese entorno, hasta una frase dicha al oído puede volverse dinamita.
Al final, lo que queda es una sensación de desgaste colectivo. Los adversarios aprovechan el momento para ajustar cuentas, los aliados retroceden con sigilo, y la ciudadanía asiste, una vez más, al espectáculo de una política que prefiere la frase escandalosa al debate profundo. Pero lo que se necesita no es más escándalo: es claridad, responsabilidad y, sobre todo, memoria. Porque los silencios de ayer explican los gritos de hoy.