Medellín, la ciudad que en el imaginario colectivo se asocia con la modernidad, la innovación y el dinamismo, es también escenario de un caos motorizado que parece desafiar toda lógica de seguridad. A pesar de los esfuerzos de las autoridades, las motocicletas se han convertido en una de las principales amenazas en las calles de la ciudad, no solo por su creciente número, sino por la imprudencia y la falta de respeto por las normas de tránsito. Cada día, 321 motocicletas parten a toda velocidad, sin freno, en una ciudad que parece no encontrar solución a este flagelo.
El caso reciente de Daniel Andrés Gamboa Biloria, un joven de 18 años que perdió la vida tras ser arrollado por un camión en el barrio Manrique, es solo uno de los miles de incidentes que suceden a diario en Medellín. Daniel, como tantos otros motociclistas y pasajeros, no llevaba casco, una infracción que no solo es común, sino que se ha vuelto casi una costumbre en algunos barrios de la ciudad. La pregunta es inevitable: ¿habría estado vivo hoy si hubiera usado casco? En muchas ocasiones, el uso del casco es la diferencia entre la vida y la muerte, pero parece que la cultura de la seguridad es aún ajena a una gran parte de la población.
La falta de casco no es un fenómeno aislado, sino parte de una cultura de desobediencia generalizada en las calles de Medellín, especialmente en las vías menos principales, en las que los motociclistas parecen sentirse exentos de toda regla. La carrera 73, que divide las comunas 5 (Castilla) y 6 (Doce de Octubre), es un claro ejemplo de este comportamiento. En solo cinco minutos, se pueden ver a diez motociclistas circulando, y en siete de los casos, ninguno de ellos usa casco, muchos justificándose con la excusa de que solo van “cerquita”. La ley y el sentido común quedan en el olvido, mientras las motos siguen recorriendo las calles con total impunidad.
En barrios como Manrique, donde la situación se agrava, la imprudencia no se limita a la falta de casco. Los motociclistas invaden corredores exclusivos para otros medios de transporte, como el Metroplús, desafiando las restricciones y poniendo en peligro a otros actores viales. Muchos de ellos se permiten hacer “willys” o piques, maniobras peligrosas que no solo arriesgan sus propias vidas, sino también las de peatones y otros conductores. La escena es común, y aunque las autoridades intentan frenar esta actitud, parece que la cultura del “yo hago lo que quiero” predomina.
A pesar de las sanciones impuestas, el comportamiento imprudente no cesa. Según datos de la Secretaría de Movilidad de Medellín, en lo que va del año se han sancionado a 25.409 motociclistas por diversas infracciones. Sin embargo, a pesar de las multas y los esfuerzos de las autoridades, las sanciones no parecen ser suficientes para cambiar la mentalidad de los motorizados. En particular, la infracción más común sigue siendo transitar sin la revisión técnico-mecánica y de gases al día, con 4.210 sanciones. Esto demuestra que el problema va más allá de la falta de casco, y apunta a una deficiencia estructural en el respeto por las normas de tránsito.
El mal parqueo y la circulación en vías no permitidas también ocupan un lugar destacado en la lista de infracciones. El hecho de que muchos motociclistas sigan desobedeciendo las reglas de pico y placa y no tengan el Soat vigente refleja la escasa responsabilidad que tienen los conductores al volante. Es como si las reglas del tránsito fueran meras sugerencias, no obligaciones a cumplir. Esta actitud desafiante ante la ley ha creado un ambiente de caos en las calles de Medellín, donde los ciudadanos parecen estar atrapados en un ciclo de desobediencia.
La realidad es que, por más que se sancione, la impunidad sigue siendo la constante en la vida diaria de los motociclistas en Medellín. Las multas no parecen tener el peso necesario para cambiar el comportamiento de los infractores, y el riesgo de ser sancionado no es suficiente para disuadir a muchos de seguir circulando sin las debidas precauciones. Mientras tanto, las autoridades siguen intentando implementar operativos y patrullajes para controlar la situación, pero el verdadero cambio parece depender de una transformación cultural que vaya más allá de las multas.
Medellín se enfrenta a un desafío gigantesco en términos de seguridad vial, y los motociclistas, que parecen operar “sin Dios ni ley”, son una parte crucial de este problema. La solución, si es que existe, debe ser integral: educación vial, sanciones más severas, mayor control y, sobre todo, un cambio de mentalidad en una sociedad que aún subestima los riesgos de circular sin las debidas precauciones. De lo contrario, seguirán sumándose las tragedias como la de Daniel Andrés Gamboa Biloria, y el caos motorizado continuará siendo una de las grandes preocupaciones de la ciudad.