La solidaridad latinoamericana vuelve a manifestarse en tiempos de emergencia. Cuba, a través de su embajada en Bogotá, anunció la donación de 2.000 dosis de la vacuna contra la fiebre amarilla a Colombia, un país que enfrenta una preocupante reactivación del virus en varias regiones, con 82 casos confirmados y 37 muertes desde 2024 hasta hoy. El anuncio fue hecho por la canciller Laura Sarabia, en un intento por responder a las críticas sobre la limitada cobertura del plan de vacunación actual.
Aunque el gesto ha sido bien recibido en algunos sectores, no ha dejado de generar comentarios. La vacuna, si bien será entregada por Cuba, no es de fabricación cubana, sino brasileña. Se trata de un biológico producido por el prestigioso Instituto Manguinhos, parte de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), una de las entidades más importantes de investigación biomédica en América Latina. Este dato técnico no reduce el valor del apoyo, pero sí plantea preguntas sobre la logística de las vacunas en la región.
La fiebre amarilla, una enfermedad viral transmitida por mosquitos y potencialmente mortal, ha encontrado en las condiciones tropicales de Colombia un terreno fértil para su expansión. La declaración de emergencia sanitaria el pasado 17 de abril por parte del Gobierno fue una reacción tardía, según expertos en salud pública, y aunque las medidas comienzan a materializarse, la disponibilidad de vacunas sigue siendo limitada, especialmente en zonas rurales.
El gesto cubano, sin embargo, no resuelve el problema estructural: Colombia no cuenta con un suministro suficiente para garantizar una cobertura masiva y preventiva. De hecho, 2.000 dosis resultan apenas simbólicas en un país con más de 50 millones de habitantes. La vacunación obligatoria desde los nueve meses de edad es una política necesaria, pero requiere respaldo logístico, recursos humanos y un plan territorial que aún no se ve con claridad.
Sarabia, al anunciar la donación en su cuenta de X (antes Twitter), aprovechó para agradecer el gesto de “hermandad latinoamericana” por parte de Cuba, y pidió a las autoridades sanitarias coordinar el ingreso y distribución de los biológicos donados. La canciller ha intentado capitalizar diplomáticamente este respaldo en medio de las críticas al Gobierno por la gestión de la emergencia sanitaria.
No obstante, voces del sector salud han insistido en que la política de prevención no puede descansar en la buena voluntad internacional. Colombia necesita fortalecer su capacidad de respuesta ante brotes epidémicos, diversificar sus fuentes de vacunas y, sobre todo, recuperar la confianza ciudadana en las campañas de salud pública, muchas veces debilitada por la desinformación o la precariedad institucional.
La fiebre amarilla no es un problema nuevo, pero sí un reflejo de viejas debilidades. La falta de inversión sostenida en inmunización, la desconexión entre lo urbano y lo rural, y la improvisación frente a emergencias han hecho que una enfermedad que podría controlarse, hoy vuelva a cobrar vidas. La donación de Cuba es bienvenida, pero no puede ser vista como la solución, sino como un recordatorio de lo que aún falta por hacer.
Colombia debe asumir esta crisis no como una coyuntura pasajera, sino como una oportunidad para repensar su sistema de salud pública. Mientras las dosis llegadas del Caribe se reparten, el verdadero desafío será garantizar que, en el futuro, no tengamos que depender de la solidaridad ajena para responder a amenazas sanitarias previsibles.