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Domingo, 01 de Junio de 2025

China crece, pero se tambalea: el frágil impulso de las exportaciones en medio de tensiones globales

El sorprendente crecimiento del 5,4 % del producto interno bruto (PIB) de China en el primer trimestre de 2025 ha sido recibido con entusiasmo en los mercados. Sin embargo, tras ese repunte se oculta una realidad menos alentadora: casi el 40 % de ese crecimiento provino de las exportaciones netas, lo que expone con crudeza la creciente dependencia del gigante asiático de la demanda externa. Es la mayor proporción en más de una década, y también una señal de alerta que no puede ser ignorada.

La economía china, durante años impulsada por la inversión interna y un consumo creciente, parece volver a apoyarse con fuerza en su músculo exportador. Pero ese pilar se tambalea en un escenario internacional marcado por la reactivación de las guerras comerciales, en particular con Estados Unidos, que ha reanudado la aplicación de aranceles a productos clave como paneles solares, vehículos eléctricos y componentes tecnológicos.

Esta dinámica representa una vulnerabilidad estratégica. Si bien las exportaciones chinas siguen siendo competitivas, en parte por su capacidad de producción a gran escala y el avance en sectores de alta tecnología, el entorno global ya no es el mismo que hace una década. La reconfiguración de las cadenas de suministro, las políticas de relocalización industrial y el auge de medidas proteccionistas están obligando a Pekín a recalcular su hoja de ruta económica.

Los datos revelan que, más allá del impulso exterior, el consumo interno continúa mostrando signos de fatiga. La deuda de los hogares, la incertidumbre del mercado inmobiliario y una población que envejece rápidamente limitan el rebote de la demanda doméstica. En este contexto, el Gobierno chino enfrenta el dilema de cómo mantener el dinamismo económico sin depender en exceso de un comercio exterior que, por factores políticos, podría sufrir reveses abruptos.

La recuperación posterior a la pandemia había ofrecido a China una oportunidad para reestructurar su modelo de crecimiento hacia uno más sostenible y menos volátil. Sin embargo, los estímulos fiscales selectivos y el control férreo sobre el sector financiero no han logrado encender del todo el motor del consumo. En cambio, la vía rápida de las exportaciones volvió a imponerse, como si se tratara de un recurso familiar al que se recurre en tiempos de urgencia.

Pero esta elección tiene costos. La exposición a mercados que hoy están tensionados —no solo por decisiones de Washington, sino también por el creciente proteccionismo en Europa y América Latina— implica que cualquier movimiento en falso puede tener efectos desproporcionados. Más aún cuando las economías occidentales están adoptando políticas industriales que priorizan la producción local y las compras nacionales.

En medio de este panorama, China refuerza su narrativa de autonomía estratégica, promueve la iniciativa de la Franja y la Ruta, y profundiza relaciones con el Sur Global. Sin embargo, la estructura de su economía todavía depende, en gran medida, de consumidores que se encuentran fuera de sus fronteras. Es una paradoja inquietante para un país que aspira a liderar una nueva era de equilibrio multipolar.

El crecimiento del 5,4 %, aunque positivo en lo inmediato, es una advertencia velada: si las exportaciones siguen siendo el eje de expansión, el modelo chino no solo estará sujeto a los vaivenes del comercio global, sino también al pulso político de potencias que ven con creciente recelo su ascenso. En este ajedrez económico, cada arancel no es solo un impuesto, sino una jugada estratégica. Y China, aunque poderosa, aún juega en un tablero que no domina por completo.

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