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Martes, 29 de Abril de 2025

Canadá vota entre la moderación y la amenaza

El telón de fondo de las elecciones parlamentarias en Canadá, más allá de los números y los escaños, es el estremecimiento silencioso de una democracia que ha debido enfrentar no solo sus propios dilemas internos, sino una amenaza externa tan inusual como peligrosa. En un giro inesperado, las palabras del expresidente estadounidense Donald Trump —que sugirió la anexión de Canadá como el “estado 51”— colocaron una sombra geopolítica sobre un proceso que, tradicionalmente, se había caracterizado por la sobriedad.

Con resultados todavía no oficiales debido a la vasta geografía canadiense y sus múltiples husos horarios, todo apunta a que el Partido Liberal, liderado por el primer ministro Mark Carney, formará el próximo gobierno. Carney, economista de trayectoria global y exgobernador del Banco de Inglaterra y del Banco de Canadá, representa una apuesta por la sensatez fiscal y el multilateralismo, en una época en la que las democracias occidentales navegan aguas agitadas.

Sin embargo, aún no está claro si los liberales obtendrán la mayoría absoluta. De no lograrla, estarían obligados a construir alianzas, probablemente con el Nuevo Partido Democrático (NDP), en un Parlamento que refleja una ciudadanía fragmentada entre la prudencia progresista, el conservadurismo nostálgico y una creciente preocupación por el cambio climático, la migración y el costo de vida. La política canadiense, aunque moderada en el discurso, ya no es inmune a los sobresaltos globales.

Lo que sorprendió a muchos fue el tono incendiario que llegó desde Washington. Trump, aún sin ocupar ningún cargo oficial, recurrió a su red Truth Social para lanzar una bomba retórica: que Canadá podría formar parte de los Estados Unidos bajo “ciertas condiciones económicas”. Esta afirmación, tan provocadora como absurda, fue interpretada en Canadá como un intento de desestabilización simbólica. El nacionalismo canadiense, habitualmente reservado, respondió con firmeza, reafirmando su independencia y el rechazo a cualquier tipo de tutela externa.

Este episodio, más que una anécdota, revela el frágil equilibrio en el que hoy operan las democracias. La intromisión de figuras extranjeras, incluso sin autoridad institucional, puede alterar los climas electorales y polarizar sociedades que tradicionalmente han vivido al margen de esos fuegos. Canadá no es Ucrania ni Venezuela, pero la amenaza de la interferencia externa ya no distingue fronteras.

Mark Carney, si confirma su victoria, asumirá el poder en un país que necesita tanto gobernabilidad como dirección. Su perfil técnico, más cercano a los escritorios del G7 que a los mítines de campaña, podría jugar a favor en un momento de incertidumbre. Pero también le exigirá demostrar que sabe traducir esa experiencia global en respuestas concretas a los problemas cotidianos de los canadienses.

El reto inmediato será recomponer el pacto social en una sociedad donde la clase media siente que el Estado se le ha quedado corto. Aumentar la oferta de vivienda, manejar con tino la migración y fortalecer los servicios públicos serán ejes de una agenda compleja, en un contexto donde la tentación populista ya no es ajena. Las palabras de Trump son apenas un síntoma del tipo de presión que podría venir desde fuera, especialmente si las elecciones estadounidenses de 2024 le devuelven el protagonismo.

Lo que queda claro tras esta jornada electoral es que Canadá ha cambiado. Ya no es el país distante y previsible que muchos daban por sentado. Hoy, más que nunca, su destino se entrelaza con las tensiones globales. Y su respuesta, como ha demostrado esta votación, no será con gritos, sino con votos. Una lección que el mundo haría bien en observar.

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