El fútbol sudamericano acaba de firmar uno de los capítulos más sorprendentes —y costosos— de su historia reciente. Carlo Ancelotti, el entrenador italiano con más títulos europeos en su palmarés, asumirá la dirección técnica de la selección de Brasil a partir del 26 de mayo. La noticia, esperada desde hace meses, sacude no solo el tablero técnico de las eliminatorias rumbo al Mundial 2026, sino también el mapa financiero de las selecciones de la Conmebol. El veterano estratega europeo llega con un salario que parece sacado de la élite del fútbol de clubes: 10 millones de dólares por año.
El anuncio fue hecho oficial por la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), que no escatimó en palabras ni en cifras. “No sólo contratamos a un técnico, enviamos un mensaje al mundo”, publicó la entidad en sus redes, subrayando que la llegada de Ancelotti representa un intento claro por recuperar la mística ganadora del equipo que más veces ha levantado la Copa del Mundo. Pero el mensaje no es solo deportivo: es también económico, político y simbólico. Brasil quiere volver a ser referencia, y sabe que en el fútbol moderno, el prestigio cuesta.
El contraste con el resto de la región es abismal. Con sus 10 millones anuales —unos 42.200 millones de pesos colombianos— Ancelotti supera con holgura a Marcelo Bielsa, el argentino al frente de Uruguay, quien cobra cerca de 4 millones de dólares. Le siguen Gareca en Chile con 3,7 millones y Batista en Venezuela con 3 millones. Néstor Lorenzo, el técnico de la Selección Colombia, percibe cifras mucho más modestas, lo que deja a la tricolor en clara desventaja si se mide el peso de la billetera como variable de competitividad.
Sin embargo, el debate no se limita al monto. La llegada de Ancelotti plantea preguntas de fondo sobre el tipo de fútbol que América Latina quiere consolidar. ¿Importar experiencia europea es una apuesta por la excelencia o un síntoma de debilidad institucional? ¿Vale la pena destinar cifras astronómicas a un técnico mientras las ligas locales y los procesos de formación enfrentan crisis estructurales? La CBF parece convencida de que, con este fichaje, la gloria mundialista está más cerca. Pero también corre el riesgo de abrir una brecha aún más grande con sus vecinos.
En lo deportivo, Ancelotti asume un desafío inédito: nunca ha dirigido una selección nacional, y menos una con la historia, presión y exigencia que conlleva liderar a Brasil. El calendario es corto, las eliminatorias intensas y el margen de error, mínimo. Si bien su experiencia con el Real Madrid, el Milan y el Bayern Munich habla por sí sola, el entorno sudamericano tiene reglas propias. Y por más títulos que haya ganado, el italiano tendrá que demostrar que entiende el ritmo, la pasión y la lógica de una región que no perdona.
Del lado colombiano, la distancia económica entre Lorenzo y Ancelotti es también una metáfora del momento que vive el fútbol nacional. Aunque los resultados del técnico argentino han sido sólidos, la federación colombiana opera con presupuestos mucho más modestos. La pregunta es si, más allá de los sueldos, el país tiene un proyecto serio y coherente de selección, o si se limitará a ver cómo los gigantes de la región juegan otra liga —en el campo y en los despachos—.
No cabe duda de que Ancelotti aportará disciplina táctica, manejo de vestuario y una mentalidad ganadora. Pero su éxito dependerá, también, de cómo se conecte con una cultura futbolística que vive del arte, del instinto y del juego como expresión nacional. La samba no siempre obedece al metrónomo europeo, y eso, para bien o para mal, puede marcar la diferencia entre otra frustración y la tan anhelada sexta estrella.
Así las cosas, la llegada del italiano a Brasil es más que una contratación: es una apuesta audaz que combina gloria pasada, expectativas presentes y un costo futuro que solo el tiempo podrá justificar. Mientras tanto, el resto de Sudamérica observa, entre la admiración y la cautela, cómo la “canarinha” vuelve a apostar todo por el lujo —con la esperanza de que esta vez, el precio sí valga el espectáculo.