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Lunes, 28 de Abril de 2025

Escuela Militar José María Córdova: entre el deber y el escándalo

Una sombra inquietante se cierne sobre la Escuela Militar José María Córdova, alma mater de la oficialidad del Ejército colombiano, tras conocerse una denuncia que ha estremecido no solo a las Fuerzas Armadas sino también a la opinión pública. La posible existencia de una red de prostitución al interior de la institución ha desatado una tormenta de preguntas, sospechas y reclamos por la verdad. La investigación, que apenas comienza, ya promete remover los cimientos de una casa que históricamente ha sido símbolo de disciplina, honor y jerarquía.

El comandante del Ejército, general Luis Mauricio Ospina, fue categórico en su primera reacción pública: lo que hay detrás, aseguró, podría ser un plan orquestado para desprestigiar tanto a las cadetes como a la institución. Esa versión, sin embargo, no cierra la puerta a una investigación formal. Por el contrario, el propio Ejército ha manifestado su disposición a colaborar con los entes competentes para esclarecer los hechos y, de ser necesario, sancionar a los responsables con el peso de la ley y del reglamento militar.

Lo que se sabe hasta ahora es poco, pero lo suficiente para encender alarmas. Según versiones preliminares, algunos cadetes habrían sido víctimas de explotación o de presiones indebidas dentro de un esquema organizado para lucrarse a costa de su vulnerabilidad. La denuncia, que fue radicada por canales oficiales, habla de posibles abusos de poder, amenazas y silencios forzados, ingredientes trágicamente comunes en otros casos de explotación similares.

Más allá de los detalles aún por confirmar, lo cierto es que la gravedad del tema no admite paños de agua tibia. Si se comprueba la existencia de una red de prostitución —o de un montaje para afectar la integridad de las cadetes— el daño institucional sería profundo. No solo por la afectación directa a las mujeres involucradas, sino porque se pondría en entredicho la formación ética de quienes están llamados a proteger la Constitución y la soberanía del país.

Este caso vuelve a poner en el centro del debate la necesidad de una revisión crítica sobre la cultura interna de las fuerzas armadas. En tiempos donde la inclusión de mujeres en espacios tradicionalmente masculinizados es una conquista aún frágil, las denuncias sobre acoso, discriminación y abuso no pueden ser ignoradas ni relativizadas. El respeto por la dignidad de cada miembro de la institución debe ser una prioridad innegociable.

La Escuela Militar no es solo una academia. Es un símbolo del Estado. Por eso, cada falta que ocurre dentro de sus muros tiene un eco amplificado. La transparencia, en este caso, no solo es un deber, es una estrategia para preservar la legitimidad institucional. Negar, minimizar o silenciar no es una opción en un país que clama por instituciones creíbles y líderes con autoridad moral.

Mientras tanto, las cadetes, verdaderas protagonistas invisibles de esta historia, merecen garantías. Garantías de protección, de confidencialidad y de justicia. Porque en un entorno de poder jerarquizado, denunciar no es un acto simple: es una decisión que puede marcar carreras, vidas y destinos. En este escenario, el papel de la justicia penal, pero también de los medios, es crucial para proteger a quienes se atreven a hablar.

Que esta investigación sea el inicio de una verdad clara, y no una cortina de humo. Porque, al final, lo que está en juego no es solo la reputación de una escuela militar, sino la posibilidad de construir una Fuerza Pública que se rija, sin excepción, por los valores que predica. Y en esa tarea, el silencio cómplice no puede tener cabida.

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