La muerte de Mario Vargas Llosa, además de cerrar un capítulo dorado en la historia de la literatura hispanoamericana, ha dejado ecos que resuenan más allá de las letras. Uno de ellos provino del expresidente colombiano Iván Duque, quien no solo lamentó con hondura la partida del Nobel peruano, sino que evocó el estrecho vínculo intelectual y personal que lo unió al autor de Conversación en La Catedral. Un vínculo que, como era previsible, tuvo también un claro componente ideológico.
Duque recordó, con visible gratitud, que Vargas Llosa fue el autor del prólogo de su libro Duque, su presidencia (2018-2022), una suerte de memoria política escrita con tono testimonial. En ese texto, el escritor no solo elogió el manejo del gobierno frente a la pandemia, sino que trazó un perfil del entonces mandatario como un “liberal en el sentido más ilustrado del término”: defensor de las libertades individuales, del Estado de Derecho y del orden institucional.
Pero el prólogo fue más allá de los elogios. Vargas Llosa, fiel a su estilo directo, dejó entrever su preocupación por lo que él consideraba un giro riesgoso en el rumbo político del país tras la salida de Duque. “La verdad es que no tengo mucho entusiasmo por lo que Colombia va a vivir después de Duque”, escribió. Y, sin nombrarlo directamente, envió un dardo claro a Gustavo Petro, actual presidente, al señalar que muchos de sus planteamientos resultaban “difíciles de compartir”.
La cita no pasó desapercibida, y menos en el contexto actual. Vargas Llosa, aunque universal en su obra, fue decididamente político en sus últimos años: defensor acérrimo del liberalismo clásico y crítico constante de los populismos —de izquierda y derecha— en América Latina. En ese sentido, su afinidad con Duque no fue coyuntural, sino el reflejo de una visión común sobre el rol del Estado, la economía de mercado y la institucionalidad democrática.
El expresidente colombiano, por su parte, no escatimó en elogios al despedir a quien consideró no solo un amigo, sino un mentor intelectual. “Tuve el honor de gozar de su amistad y de compartir momentos inolvidables escuchando su cultura enciclopédica, su apabullante sencillez y su fino humor”, escribió en sus redes sociales. Duque recordó, además, los encuentros compartidos en ciudades como Miami, Madrid y Buenos Aires, donde el diálogo político y literario fluyó entre ambos con naturalidad.
La muerte de Vargas Llosa deja también un vacío simbólico para una generación de políticos e intelectuales que vieron en él un faro moral. En tiempos de incertidumbre democrática en la región, su voz fue una de las pocas capaces de combinar la autoridad del Nobel con la claridad del disidente. Que Duque haya decidido destacar su respaldo no es solo un gesto de afecto: es también una afirmación de principios, un recordatorio de la línea que el exmandatario reivindica como suya.
Sin embargo, como todo lo que roza la política en Colombia, este homenaje no está exento de lecturas encontradas. Mientras unos ven en la alianza Duque–Vargas Llosa un acto de coherencia y afinidad genuina, otros la interpretan como parte de una narrativa de oposición que busca deslegitimar, incluso en el duelo, al actual gobierno. En cualquier caso, la huella de Vargas Llosa —en lo literario y en lo ideológico— seguirá generando debate.
Porque si algo supo hacer el autor peruano a lo largo de su vida fue incomodar. Desde sus novelas, desde sus columnas, desde sus discursos. Y en su despedida, aún con la tinta seca en las palabras que dejó, lo sigue haciendo. Como solo lo logran los grandes.