En las empinadas laderas del nororiente de Medellín, el mototaxismo ha emergido como una alternativa para quienes se enfrentan a las dificultades de movilidad en barrios donde el transporte público es escaso o no llega. En esta zona, sin necesidad de aplicaciones móviles ni plataformas tecnológicas, las motocicletas se alinean sobre los andenes, esperando a los pasajeros que, al igual que si se tratara de un servicio organizado, forman una fila para abordar. Esta es una realidad que, aunque más común en otras ciudades del Caribe colombiano, ha encontrado su espacio en las estrechas y difíciles calles de comunas como la 1 (Popular), la 2 (Santa Cruz), la 3 (Manrique) y la 4 (Aranjuez).
El fenómeno del mototaxismo ha ido en aumento especialmente desde la llegada del metrocable a la zona. Muchos de los habitantes de estos barrios, que deben descender del cable aéreo, aprovechan las motos como medio para continuar su viaje hasta el corazón de sus hogares. Este sistema se ha convertido en una verdadera solución para quienes necesitan trasladarse rápidamente por las estrechas y sinuosas calles, que no son aptas para vehículos de mayor tamaño. Sin embargo, su creciente popularidad no está exenta de riesgos, debido a la informalidad del servicio y la falta de garantías para la seguridad de los usuarios.
El punto de mayor afluencia de mototaxistas se encuentra justo a las afueras de la estación del metrocable en Santo Domingo, donde una fila de motocicletas espera con paciencia el llamado de los pasajeros. Sin embargo, esta red no se limita a ese sector. En las otras estaciones de la línea K del sistema de cable, también se pueden observar grupos más pequeños de motociclistas que, aunque no tan numerosos, cubren igualmente la demanda de quienes necesitan desplazarse. Incluso, algunos se aventuran más allá de los límites del nororiente y, en situaciones especiales, llegan a trasladar pasajeros hasta el centro de la ciudad, aunque este tipo de recorrido aumenta considerablemente el costo del servicio.
El modelo de cobro dentro del mototaxismo también sigue una dinámica particular, que recuerda la de los taxis convencionales. Los conductores suelen cobrar una tarifa mínima, establecida en $3.500, y a partir de allí acuerdan el precio según la distancia y las condiciones del trayecto. Aunque algunos mototaxistas se mantienen firmes en esta tarifa base, el costo final del viaje varía dependiendo del destino. Por ejemplo, un conductor puede cobrar hasta $20.000 por un viaje desde la estación de Santo Domingo hasta el barrio La Cruz, en Manrique, mientras que otro aceptará un precio de $10.000 por el mismo recorrido.
A pesar de las diferencias en los valores, todos coinciden en que el servicio mototaxista es más rápido y eficiente que otros medios de transporte, especialmente cuando se trata de acceder a las partes altas de los barrios de la zona. Los motociclistas se encargan de transportar a los pasajeros directamente hasta sus hogares, lo que supone un ahorro significativo de tiempo, en comparación con el transporte público o el caminar largas distancias. Este modelo de negocio ha generado una demanda constante, lo que explica por qué muchos mototaxistas prefieren trabajar en estas zonas de difícil acceso, donde el servicio es esencial para la comunidad.
El parque automotor que alimenta este servicio es diverso. Aunque predominan las motocicletas de cilindraje medio, de entre 100 y 125 centímetros cúbicos, se pueden encontrar también motocicletas de mayor cilindraje, tipo enduro, que son más aptas para enfrentar las duras pendientes de las laderas. Los mototaxistas que operan en estas áreas no solo deben dominar las técnicas de conducción en terrenos complicados, sino también adaptarse a las particularidades de cada barrio, donde la competencia por los pasajeros es feroz.
Pese a su versatilidad y la evidente necesidad de este transporte en zonas de difícil acceso, el mototaxismo enfrenta limitaciones territoriales. En algunos sectores, los mototaxistas han establecido acuerdos informales sobre las rutas y las zonas de influencia, lo que genera un cierto monopolio o control del mercado local. Así, si un mototaxista incursiona en un área donde otro ya tiene establecido su territorio, pueden surgir disputas o conflictos entre ellos, lo que podría afectar tanto el servicio como la seguridad de los usuarios.
Por otro lado, la informalidad de este servicio plantea serios interrogantes sobre la seguridad vial y el bienestar de los pasajeros. Los vehículos no están sujetos a los controles de calidad ni a las regulaciones propias de un sistema de transporte legalmente establecido, lo que implica un riesgo significativo, tanto para los conductores como para los pasajeros. La falta de seguros, la carencia de capacitación en primeros auxilios y la ausencia de medidas de seguridad adecuadas son algunas de las vulnerabilidades de este modelo de transporte. Sin embargo, en un contexto de creciente demanda y necesidad, el mototaxismo sigue siendo una opción viable para miles de habitantes del nororiente de Medellín, que confían en estos motociclistas para superar las dificultades de desplazamiento en una ciudad marcada por su topografía desafiante.